“Cuidar la tierra, a las personas, redistribuir los excedentes”
Probablemente todos damos una interpretación diferente a esta palabra. Nos anuncia una cultura permanente entre un continuo cambio, entre una continua evolución.
Fluyendo con y en este estado de cosas, quisiera trascender el clásico “encorsetado agrícola “para apreciar cómo se puede ajustar este concepto a la totalidad de nuestro sistema vital. Si lo procuramos, o mejor, si nos hacemos conscientes de ello, podemos observar las infinitas interrelaciones que se dan en nuestros quehaceres de cada día, y que podríamos considerar permaculturalmente, con el fin de obtener los mejores resultados con el mínimo esfuerzo.
En la esfera de lo material podemos tomar como ejemplo, para el ahorro de energías fósiles, y no tan fósiles, algo tan de cajón como es el de residir cerca de nuestras actividades o necesidades cotidianas: laborales, de ocio, devocionales, sexuales, etc. Compartir vehículos, electrodomésticos, maquinaria....Consumir sólo lo que realmente necesitamos y autoabastecernos, dentro de nuestras posibilidades.
Mientras que en lo seti-mental o, si queréis, espiritual, creo que lo más permacultural sería tener cercanos y accesibles a los seres que mayor interés despiertan en nuestro ánimo, sin poner el objetivo de nuestros deseos y sentimientos en personas o lugares inalcanzables, insostenibles, insoportables o sencillamente imposibles.
Por la parte que me toca, intento actuar utilizando mi “sentido natural”, o sentido común, buscando continuamente el punto donde confluyen y se equilibran todas las energías que conforman nuestra existencia. Este punto mágico podría muy bien llamarse armonía...ya digo que al menos lo intento.
Algunas veces, como ahora mismo, pienso que permacultural es tomar conciencia de las inacabables conexiones, anexiones, armisticios, cesiones y convenios entre nosotros mismos y el resto del universo, para conseguir el logro de un mejor y más feliz tránsito por esta vida, siguiendo siempre el fiel y seguro dictado de una interpretación sincera y valiente de nuestra naturaleza y de sus necesidades reales.
Y por fin, una experiencia hortelana: la más interesante que he vivido ha sido la del trocito de tierra que se autogestiona a partir de un pequeño manejo (dehierbar y seleccionar fundamentalmente). Esto es: tú siembras unas semillas de hortalizas o de cualquier otra cosa que te interese, y luego que ellas solas vayan regulándose y reproduciéndose, ejecutando todas sus funciones cuando sientan que es “su momento” de hacerlo.
Algo parecido sugería Emilia Hazelip en un número de La Fertilidad de la Tierra.
Fernando Barril
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